La pastora
Es blanca, muy
blanca; su espléndida blancura
tenía
transparencias de lirio y azahar;
era tal el prestigio de su casta hermosura
que parecía un
ángel en fuga de su altar.
En sus inmensos
ojos, henchidos de ternura,
flotaba como un
vaho de luz crespuscular;
en esos ojos,
plenos de amor y de dulzura,
se adomercía el
cielo, se refugiaba el mar.
Armiño eran sus
manos, hechizo su cintura,
su cabellera oro,
sus senos escultura,
ensueño sus
sonrisas, sus labios sugestión.
Jamás se vio en el
mundo mujer más blanca y pura
que aquella... y
cuyo nombre primaveral fulgura
con signos
indelebles sobre mi corazón.
Francisco Restrepo
Gómez
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