Ante el altar
Bajo la insinuación de tus miradas
sobre la delincuencia de tu seno
evoqué muchas cosas olvidadas
y aprendí a ser bueno.
Ante la Eucaristía de tus manos
y la frondosidad de tus cabellos
huyeron mis dolores sobrehumanos
como alados camellos.
Con el pecado rojo de tus labios
y con el mandamiento de tus ojos
fenecieron, en parte mis agravios
y mis muertes, mis enojos.
Toda tú eres un crimen de belleza
y un altar de atracciones.
Tienes un incensario: mi cabeza
y unos álidos cirios: mis canciones.
Francisco Restrepo Gómez
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