Para siempre
Arde un tizón, ya
casi consumido,
en el hogar, y un
rayo de la luna
se acerca
moribundo hasta la cuna
en donde duerme mi
recién nacido.
Entre tanto, mi
dulce compañera
hace labor; yo
escribo alguna cosa
que me ha dictado
el corazón, y afuera
tal como un niño
el vendaval solloza.
El fuego va a
morir; también la luna
apaga su fulgor,
más por fortuna
ni eso me inquieta
ni me importa nada,
porque cual una
inextinguible hoguera,
conservo de tu
amor la llamarada
y el rayo de tus
ojos compañera.
Francisco Restrepo
Gómez