A un hijo de
Apolo
Los más
esquivos dones que guarda la contienda a
los
batalladores del humo redil,
caigan sobre
los duros peñascos de tu senda,
a modo de una
lluvia benéfica y sutil.
Que en amor
infinito tu corazón se encienda
para todas las
cosas de la vida pueril;
no te importe
que el mundo tu pensar no comprenda
ni te importen
las mofas del populacho vil.
Lleva los ojos
puestos en el azul del Arte
y desprecia
los canes que a una y otro parte
del camino,
¡oh viajero triunfal!
Domina los
impulsos de la suerte traidora
y ante los
Bello inclínate. Si la sed te devora
cálmala en esa
fuente que llaman ideal.
Francisco
Restrepo Gómez
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