El dilema
Señor: Tú sabes que mi vida es suya,
suya, muy suya... hasta morir por ella,
aun cuando siempre a mis reclamos huya
leve y fugaz cual voladora estrella.
Señor: no dejes que la ingrata aquella
más tiempo aún mi corazón destruya;
haz ya que cese mi mortal querella
y que mi cáliz de dolor concluya.
Mas... si no puedo entre mis brazos verla
ni contra el corazón aprisionarla,
si el cielo para mí no quiso hacerla.
Si a mi suerte, Señor, no has de enlazarla:
Tú que me diste amor para quererla
dame olvido también para olvidarla.
Francisco Restrepo Gómez
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