Campo florido
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Por la carretera que baja al trapiche,
despaciosamente la carreta avanza
y los mansos bueyes a la tierra miran
con suave mirada de amor y esperanza.
Lejos y en confuso tropel de armonías
se escuchan los ritmos de la catarata
que por el peñasco se desprende como
si fuese un manojo de liras con alas.
Detrás del vallado que cerca el aprisco,
un perro ambulante, sin reposo ladra,
y en la corraliza, muy orondamente,
el gallo pasea, se sacude y canta.
En los saucedales, orillas del río,
las aves inician su agreste sonata,
y el aire va y viene del huerto a la sierra,
y va y viene… cargado de amor y fragancias.
Francisco Restrepo Gómez